Sin embargo, la tragedia humana en este caso tiende a multiplicarse con creces por su explotación política por parte de los gobiernos occidentales, que ya han comenzado a agitar sus máquinas propagandísticas para fomentar un choque de civilizaciones. El presidente francés, Francois Hollande, afirma que el ataque fue un acto de “barbarie excepcional” contra “un periódico… en otras palabras, contra un órgano de la libertad de expresión”. Según Hollande, fue un “acto contra periodistas que siempre quisieron demostrar que en Francia es posible defender las propias ideas”.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, no olvida destacar el evidente hecho de que los terroristas, en agudo contraste con el estado que él representa, “temen la libertad de expresión y la libertad de prensa”. Según él, los terroristas no serán capaces de silenciar la idea fundamental compartida por los pueblos francés y estadounidense de “una creencia universal en la libertad de expresión”.
El primer ministro británico, David Cameron, remarca que Gran Bretaña se declara “unida con el pueblo francés” en oposición a los terroristas y en defensa de la libertad de expresión. Para la canciller alemana Angela Merkel el tiroteo fue también un ataque contra la “libertad de expresión”. La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, para no quedarse atrás, declaró que el atentado fue un “ataque inaceptable contra un valor fundamental de las sociedades democráticas: la libertad de la prensa”.
A pesar de la barbarie y la violencia extrema del ataque a Charlie Hebdo, no sorprende que los gobiernos occidentales estén absolutamente encantados con este evento, que se presta fácilmente a sus narraciones de la intrínseca superioridad occidental respecto al atraso musulmán. Tal vez estaban esperando que esto sucediese: Algo que hiciese que su retórica del “ellos odian nuestras libertades” sonara menos pueril.
Después de todo, ninguno de los países tan colectivamente indignados son muy ejemplares en cuanto a la libertad de expresión y la libertad de prensa. El mismo Charlie Hebdo adoptó su nombre actual en 1970 para eludir la prohibición del periódico por parte del gobierno francés. Francia hoy ocupa el poco envidiable lugar número 39 en el Índice de Libertad de Prensa Mundial de Reporteros sin Fronteras, lo que pone de relieve las débiles protecciones de confidencialidad de las fuentes en el país y las medidas que el gobierno francés tomó para censurar grabaciones relacionadas con casos de corrupción. Los ataques reiterados del Estado francés a Internet van en camino de entregarle el poder total a los burócratas.
Estados Unidos, eterno guardián de la libertad occidental, aparentemente no tiene problemas con la supresión de la información, incautando registros telefónicos de instituciones periodísticas sin orden judicial o debido proceso, y arrestando denunciantes y hasta los propios periodistas. Por no hablar de las draconianas y francamente ridículas leyes de “propiedad intelectual” utilizadas para silenciar la disidencia y mantener el status quo corporativo.
Debemos preguntarnos si las nuevas leyes de censura a la pornografía del Reino Unido permitirían pulicar algunas de las tapas de Charlie Hebdo. Los políticos alemanes apenas pueden controlar la felicidad que les causa la censura de Internet. Y si las caricaturas políticas de Charlie Hebdo son inofensivas, ¿qué puede decirse acerca de la amplia modificación y mutilación de los videojuegos para que coincidan con las sensibilidades burocráticas alemanas?
Es cierto que los terroristas odian la libertad de expresión. Pero en eso lo único que los diferencia de los países occidentales son los métodos que emplean.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.